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miércoles, 27 de abril de 2011

BESTIARIO MUEBLE: CAMA



   En el inabarcable universo mobiliario, la cama es un elemento que no ha tenido toda la suerte que le correspondía. En comparación con las variaciones que han sufrido en su diseño –a veces hasta la tortura inquisitorial- las sillas, los sillones, las lámparas, los lavabos e incluso los saleros, las camas pertenecen a lo que un sociólogo timorato de estirpe anglosajona podría denominar una minoría desfavorecida. Sí: las camas son las pobres hermanas pobres de la familia mueble.
   Han padecido las camas ciertas transformaciones formales y materiales en relación a los grandes estilos de época, pero no han disfrutado, como si dijésemos, de su revolución. La vanguardia que se propuso dar a cada objeto la condición de escultura, otorgar a las cosas la oportunidad de aspirar a convertirse por sí mismas en obras de arte, ha tratado a las camas con menos agudeza que a sus congéneres. Por una cama que merezca recordarse y a la que otorguemos nombre en el magma de los días, hay, pongamos por caso, cien lámparas y mil sillas dignas de  memoria, con pedigrí de autor.
   ¿Y a qué se ha debido esta lamentable preterición camastril? Es difícil saberlo, y lo más probable  es que la respuesta consista, como sucede con todas las explicaciones convincentes, en un cúmulo de causas. Sin embargo, quiero apuntar una razón indemostrable –y un argumento inservible- , para comprender que se le haya estado haciendo la cama a la cama durante casi toda la historia de la humanidad.
   Me parece que se ha tratado a nuestro mueble con un lamentable sentido común, con escrupulosos miramientos respecto de su utilidad como máquina de descanso, para gloria, tal vez, de nuestra salud física y mental, pero para catástrofe de la belleza mobiliaria, que algunas veces empieza allí donde se le pierde el respeto a la naturaleza del mueble en particular. No soy partidario de la extravagancia por sistema, y por lo general el espíritu vanguardista, a partir de cierta edad –pongamos por caso, los veintidós años- me parece una inmadurez del carácter y un preocupante sarampión de la inteligencia. Pero en el modesto ámbito de lo mobiliario, creo que muchos de sus logros se han debido al principio de insensatez fabril, formulado por Salvador Dalí a propósito de las sillas. Aplicado en nuestro caso a las camas, diría lo siguiente: Una cama debe servir para cualquier cosa menos para dormir, y en el caso de que sirva para dicho menester, ha de ser de la forma más incómoda posible. Liberados ya de las servidumbres del uso, los diseñadores se han podido entregar a los desmanes líricos de la creación pura en casi todos los frentes, dando origen a algunas de las más bellas criaturas instrumentales, y también, dicho sea de paso, a algunos de los engendros más terribles nacidos de la mano del hombre.
   Ahora bien, este principio de insensatez, esta ley del desafuero mueble no ha llegado al reino de la cama, que sigue siendo un objeto más o menos rectangular donde tumbarse para la reparación del cuerpo y el espíritu, o para la refocilación del espíritu y el cuerpo.
   De ahí que lo más importante que le haya sucedido a la cama en Europa durante los últimos cien años sea el advenimiento de una costumbre ancestral venida del oriente: el uso del futón y el tatami, que constituyen la espiritualización de la cama hasta hacerla desaparecer en el apetito terrenal de unirse al suelo. Como la costumbre tropicalizante de la hamaca representa el adelgazamiento de la cama por apetencia de cielo al aire libre. Pero ese mueble abstracto y lujurioso de la hamaca que se columpia entre dos ramas de un árbol cualquiera tiene su capítulo aparte, en esta Breve Historia Natural de los Muebles que escribo por capítulos. Y el lector deberá aguardar a que llegue el momento de la letra hache, la más hamaca letra del alfabeto, la que siempre se columpia entre los dos extremos de la nada.

5 comentarios:

  1. La cama y la novela no se han revolucionado suficientemente.

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  2. Podría ser que esa costumbre -o vicio- que tenemos de atiborrar los espacios con cosas, entre ellas los muebles, no sea más que la expresión del temor al vacío, a la nada. Y en toda esta historia de mobiliarios, una cama no necesite otra cosa que tiempos y cuerpos que la ocupen. En ellas soñamos, descansamos, leemos, despertamos, nos relacionamos en el más amplio sentido de la palabra, nos sentimos dioses o demonios... ¿Necesita la cama tanto adorno? ¿no será que con ser cama ya es suficiente?

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  3. Carlos, disculpa que lo haga por esta vía, pero no tengo otra para pedirte me facilites tu dirección postal para enviarte un libro de poesía taurina que acabo de publicar en Extremadura Tauromaquia (antología trema). Mi nombre es Antonio María Flórez y mi correo es antflorez@yahoo.es. Cordial saludo

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  4. Estoy impaciente por descubrir esa hamaca cara al cielo.....

    Un abrazo, Mila V.

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  5. Estoy leyendo Pobres desgraciados hijos de perra y me parece un libro de cuentos en la línea del realismo sucio de Bukowski y la narrativa de la experiencia de Kerouak y Burroughs, con sus herederos en la península, como son Ray Loriga y la Lucia Etxebarria de Amor, curiosidad, prozac y dudas.
    Lo que me ha sorprendido es la mención de Quique Bru, que jugaba con nosotros en el Atlético Pinaeta, en los juegos veraniegos de La Eliana.
    Se lee bien y es un conjunto de relatos muy distraído.

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