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martes, 15 de febrero de 2011

Bestiario mueble: Lata de aluminio


   La lata de aluminio –el bote de bebida- tiene algo de cáliz para tiempos urgentes y secularizados. Algo de diminuto barril portátil de ron, en una era sin bucaneros, sin islas incógnitas en los mares del Sur y sin cofres del tesoro. La lata de aluminio tiene algo, en la tierra, de misterioso regalo extraterrestre.
   La belleza de las cosas creadas por la mano del hombre es tan abundante que nos abrumaría poder reparar en ella a cada paso. Por fortuna, somos criaturas olvidadizas, desmemoriadas, desagradecidas para con la Creación, desleales para con las herramientas mediante las que procuramos hacer habitable el mundo. Si pudiésemos percibir a cada instante la sutileza de lo que hemos hecho en ocasiones, la refinada obra de los objetos con que nos hemos rodeado, la hermosa perfección industriosa de aquello que añadimos al universo, supongo que moriríamos extasiados por nuestra mezcla de talento, sabiduría práctica y voluntad artística.
   Supongo que moriríamos por efecto de nuestra misma embriaguez, por el delirio que nos causaría tanta sagacidad y a la vez tanta ocasión perdida, tanta clarividencia y tanta torpeza. Sin embargo, nos salva de nosotros mismos la inconstancia, el hecho redentor de que no podamos estar atentos demasiado tiempo a nada de lo que somos capaces, para bien o para mal. Ahora bien, como la tarea de un escritor debería consistir, entre otras muchas cosas, en el acto de reparar en el prodigio de lo habitual, el acto de rescatar lo frecuente de su limbo consuetudinario, te reclamo, lector desapercibido, un instante de fervor hacia las cosas mínimas.
   Si me detengo a observar alrededor, durante una milésima de fotográfica percepción, encuentro cien razones para el asombro orfebre. La burbuja de incandescencia cercana que nos legan, en una transubstanciación de la energía, remotas cascadas de agua, y que llamamos bombilla eléctrica. El clip de acero cromado, cuyo abrazo tiene el estrafalario poder de volver imperdible lo perdido, de agrupar lo disperso, de conciliar a su alrededor las palabras dispersas en papeles. El disco encriptado de azogue reluciente que contiene la música, y que a su vez contiene, encriptada gracias a un sistema de notas que nadie ha sabido explicar por completo, la emoción del cuerpo y el espíritu. El vidrio, esa levedad con determinación inconquistable que detiene el viento, el frío, el ruido, y cuya transparencia lo acerca a la quimera de lo físico, que consiste en ser y no ser, en estar y no estar al mismo tiempo. Y por supuesto el bote de aluminio, la lata, con su dúctil presencia auxiliadora.
   Yo alabo para ti su tacto dúctil pero resistente, la tenacidad maleable de su plata fría. Es una de las máquinas más nuestras: hecha por la mano, para la mano, para apretarse con el exacto calor, con la fuerza justa, para acariciarse y calmar nuestra sed. Hecha para los labios, que la reciben con la familiar extrañeza de su extraña familiaridad metálica. A mí siempre me sorprende la explosión musical de su apertura, el impromptu de su melodía carbónica, cuando levantamos la pestaña –con las formas madres de la geometría: una circunferencia y un cuadrado- y se abre oferente el arco de herradura de su boca.
   En el MOMA de Nueva York, en una de las vitrinas en donde se exhiben algunos de los asombrosos diseños del hombre –las sillas Thonet, las bobinas y los rodamientos industriales sin firma, los muebles de Gaudí y de Lloyd Wright, las bocas de metro parisinas de Hector Guimard, las lámparas de Aalto- está la lata de aluminio, desnuda, sin pintar, en su pureza anónima. Muy cerca de las telas de Van Gogh y Cézanne, de Picasso y Rothko. Sin confundirse con ellas, sin pretender ser lo que no es, pero cerca, al alcance de la mano necesitada.

1 comentario:

  1. ¿Como puedo pegar latas? lo eh intentado de maneras diferentes y no ah funcionado

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